Después de leer el poema "Respirar" de Ada Salas, nos hemos puesto a trabajar sobre los recuerdos de la infancia, pequeños o grandes detalles que han quedado grabados en nuestra memoria y que vamos a sacar a la luz. Estos son algunos de los resultados:
¡Hola cejas!
Todos los años
me voy en verano dos meses de vacaciones. Un año, cuando yo tenía cinco, al
volver a mi casa me miré en un gran espejo que cubre una de las paredes de mi
habitación; para mi sorpresa vi reflejadas dos filas de pequeños pelos encima
de mis ojos, del grosor de un dedo meñique y que llegaban desde el final de mi
nariz hasta el final de las cuencas de los ojos, una encima de cada ojo. Era
algo que yo no había visto en la vida,
empecé a delirar; lo primero que hice fue cerrar muy fuerte los ojos y
frotarlos con las manos, para comprobar que no eran imaginaciones mías. Al ver
que seguían ahí las dos, bien quietas, las fui a tocar e intente arrancarlas,
pero no había manera. Tras considerar momentáneamente la posibilidad de estarme
convirtiendo en una niña-mono me fui corriendo y gritando a buscar a mamá, al
encontrarla le dije:
–Mira lo que
me ha pasado –entonces se giró y pude descubrir que ella también tenía esas dos
extrañas filas de pelitos.
–Me ha salido
esto –dije señalándome las cejas.
Al comprobar
que no señalaba nada extraño dijo en tono irónico:
–¿Las cejas?
Entonces le
contesté que sí y le conté lo que me había pasado. Ella me recomendó que no
dijese tonterías, que las había tenido desde siempre. Entonces se me ocurrió
una fantástica idea: iría en busca de todas mis fotos para demostrarle a mi
madre que yo decía la verdad. Para mi decepción ella tenía razón, en todas las
fotos aparecían sobre mis ojos esas extrañas “cejas”. Me consolé pensando que
me quedaban relativamente bien y que me acostumbraría a
vivir con ellas.
Hoy pienso en
esto como una graciosa y, en alguna ocasión, ridícula anécdota.
Belén del
Molino Dueñas
Adiós
Mi
primera experiencia con la muerte fue cuando tenía unos nueve años. Mi
profesora del curso anterior enfermó y había tenido que pedir una baja, ese fue
el primer golpe. Le teníamos muchísimo cariño, nos había ayudado y enseñado
mucho y nunca pudimos agradecérselo. Lo recuerdo perfectamente, era un jueves,
nuestra tutora de aquel entonces nos comentó que tenía una noticia muy
importante que darnos. Dijo: vuestra profesora del año pasado ha muerto.
Silencio. Me giré, me abracé a una amiga y comenzamos
todos a llorar. No podía pensar en nada, recuerdo perfectamente cómo mi mente
dejó de funcionar y solo notaba el gran hueco que había aparecido en mi
corazón. La profesora, que había permanecido callada hasta entonces dijo: por
eso he estado tan triste estos dos últimos días; sonará muy egoísta pero pensé:
“A ti no te importaba, ni siquiera la conocías” y sentí que nosotros teníamos
el derecho a haberlo sabido mucho antes. Me dolió, me dolió no haberme enterado
antes y, de otro modo, me atormentaba que nunca iba a volver a verla, pero lo
que más me hizo sufrir fueron las palabras que me dijo mi abuela cuando se
enteró: deberían llorar las personas que han sido malas con ella, las personas
que han sido buenas tendrían que pensar que se fue con un recuerdo feliz de
vosotros. No era verdad, nunca me había podido despedir de ella, ni un adiós,
ni un gracias, aquello sí que merecía que llorara, pues nunca tendría la
oportunidad de mirarla a los ojos otra vez.
Años
más tarde descubrí el nombre del enemigo que había matado a cientos de
personas, entre ellas a aquella profesora: Cáncer. Él era el culpable de que yo
no pudiera darle mi adiós.
Luna Salazar Díaz
Marta Sancho Fernanz
Mi
canción
Escuchaba una canción,
siempre antes de dormir;
me llenaba de emoción
sólo verla sonreír.
Y siempre que me cantaba,
miraba a la oscuridad,
y los monstruos de mi cama,
se llenaban de bondad.
Miraban y escuchaban,
esa voz angelical,
y cantaba y cantaba
Lará, larailará.
Un día ya no hubo canción.
Los monstruos esperaban.
A falta de esta ilusión,
asaltaron mi cama.
Irene García Horcajada
El Telegrama
Finaliza el verano
y correteo por las
plazuelas recalentadas.
La Mancha.
Horas eternas.
Libertad absoluta.
Juegos en la calle.
El pueblo.
El tiempo pasa
indolente
mientras los niños
jugamos,
corremos,
gritamos,
reímos...
Es de noche. Es
hora de regresar.
Hay luces en la
casa que no es mi casa.
Y revuelo de voces.
Algo sucede.
Extraño.
Mis ojos de cinco años buscan.
Todos observan un
papel.
Azul,
como el cielo.
De repente, los mayores me miran.
Sonrientes.
Y blandiendo
el papel me dicen:
¡ha sido niña!
El papel, –luego
descubriría que se llamaba telegrama–
me trajo un regalo.
Ya tengo una
hermana.
La juventud suspendida
Cuando
éramos jóvenes, tú y yo nos habíamos hecho mayores antes de tiempo. Y me di
cuenta justo cuando empezaron a fugarse los retos, los anhelos y las palabras.
Sin
quererlo, habíamos dejado la puerta entreabierta al olvido y a la indolencia.
¿Y sabes qué? ¡Por esa única rendija se nos colaron!
Lo
que ignoras es que yo atrapé un puñado de sueños y un millar de palabras en una
caja de galletas, por si el aroma dulzón a canela lograba devolvernos la
juventud suspendida.
Yo
la recuperé al fin; pero tu primavera… tu primavera tenía más de una
esquina rota.
Ana Belén López Martínez
Cada mañana,
el despertador llama,
pereza emana.
Aunque no quiera,
lo cierto es que yo deba
de educarme.
Instruir mi coco,
aunque sea poco a poco,
no es que esté loco.
Yo avanzaré,
jamás me detendré,
Diego Almodóvar González
Ensoñación
De pequeña soñaba,
soñaba que podía volar.
Volar alto, lejos, muy lejos.
No era la imaginación
la que me alzaba por los aires,
era mi realidad, mi verdadero yo.
(¿Te suena a ciencia ficción?)
Cual heroína de un cómic,
yo poseía ese poder sobrenatural.
Cada noche partía desde mi cama,
surcando, de aventura en aventura,
los cielos de la ciudad.
Flotaba, me deslizaba,
me arremolinaba.
Sentía la libertad invadirme.
¡Ser etéreo de la infancia!
(¿De verdad no me has visto nunca?)
Adriana M. Ruiz de Molina
Regresó de viaje
con un dolor en el pecho.
La oscuridad se pobló
de llamadas urgentes,
y pasos apresurados.
Después todo cambió .
El tiempo se llenó de ausencias
algunas cortas, otras más largas,
hasta que una parda noche
su tiempo se alejó del mío.
Desde entonces
le sigo buscando
en cada hombre
que he conocido,
en cada paisaje
que he caminado,
en las noches
en las que me he perdido.
Alicia Arriero Higueras
El
Gigante
En mis pies, verde.
Cúpula cerúlea
se posa sobre mis pequeñas orejas.
Campo, solo campo.
El sonido del agua termina
donde las brasas hacen oler la carne.
Un gigante de madera
sentado frente a mí.
Arrogante por su altura.
Busco trepar en él.
Bastas zancadas entre escalón
y escalón;
mis ojos desean permanecer alto.
Llego a sus crestas sabinas:
húmedas y rechinantes
a cada paso que doy.
Desde sus ojos veo las cabañas,
el humo, el
lago,
las hormigas de
mis padres.
Pobre gigante,
que está condenado de por vida
a quedarse atado al suelo,
y dejarse pisar por nosotros,
diminutos
que anhelamos de su tamaño ser.
Iker Karel Muñoz
Pulso
Hacia el comedor
camino.
De golpe no sé
dónde estoy.
Me encuentro
perdida.
Es mediodía,
me dice la
memoria.
Tengo hambre
confusa retomo
mi camino
hacia el plato
...
y así he seguido
hasta hoy
sin que ese
ictus a los doce
cambiara el
pulso de mi vida.
Oración
¿Por qué sentí
tanta culpa?
No sé,
ni quiero
acordarme
por lo mucho que
dolía.
Rezando la
aplaqué
eternamente
en las vigilias,
luchando
contra mi misma
con ronroneo,
sin tregua.
Calmaba,
pero no le
perdono
que robara a mi
pensamiento
tanto espacio
para imaginar.
María de Gonzalo Arenillas
Un sueño, de pequeña
pero también de grande
Una tienda, de papeles
pero también de lápices
Entré, entré en silencio
pero no quería
Grité, grité muy fuerte
pero no se oía
Era alto, con rostro sucio
pero manos limpias
Era grueso, con tripa blanda
pero no gorda
Varias, varias formas
pero siempre lo mismo
Muchas, muchas veces
pero siempre espanta
Siria Feo Rodríguez
El Rey de la
montaña
I
Ese
día te vi
arrastrando
una rama,
arrastrando
una rama
y
corriendo.
Arrastrando
una rama,
arrastrando
esa rama,
arrastrando
la rama
y
corriendo.
Tu
sonrisa brillaba
y
tus ojos, luceros,
arrastrando
tu rama
y
corriendo.
II
Como
todos los niños
teníamos
entre manos
esa
leve materia
que
conforma la vida.
Con
esa masa dulce
que
llamamos el tiempo
entre
manos, sin miedo,
inconscientes
de cómo
esos
breves instantes
son
instantes eternos.
En
la finca, los cuatro:
Julián,
Sito, mi hermana
Sonsoles
y yo mismo
íbamos
de cabeza
sobre
el montón de arena.
El
rey de la montaña.
Ese
montón de arena
en
la tarde anterior
lo
habían apilado
el
tío José y su pala.
El
rey de la montaña.
Y
nosotros lanzándonos
en
plancha hacia la cima.
Y
el montón cada vez
más
chato. Esparramado.
Tío
José, silencioso,
a
la tarde siguiente, con su pala,
volvería
a colocar
nuestro
montón de arena.
Recordando
esos tiempos imagino
al
tío José y su pala,
con
todos sus defectos,
que
los tenía, y muchos,
ahí
arriba, en el cielo,
Javier
Martín Alonso
SUEÑO DE
INFANCIA
Cuánto añoro
la
inocencia e ignorancia
de la
infancia.
Cuánto añoro
los sueños
perseguir,
a las
estrellas sucumbir.
Cuánto anhelo
la visión sin
comprensión,
ser mi guía la emoción.
Cuánto anhelo
mil mundos por
descubrir,
una vida
que predecir.
Sara Álvarez.
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