EL PARAGUAS
El cielo llora,
está lloviendo
el agua forma
pequeños riachuelos
que recorren los
bordillos de las aceras.
Para evitar
mojarse,
algunas personas
corren
otras, se esconden
bajo un techo improvisado.
yo, ni corro ni me
oculto
y, sin embargo, no
me mojo.
Llevo un techo
portátil,
con pulsar un botón,
lo despliego,
con pulsar un
botón, lo contraigo.
La lluvia cae, los
coches salpican
y ni una gota roza
mis pies.
como un objeto
impermeable!
Alejandro Puga
EL PARAGUAS
El cielo llora,
está lloviendo.
El agua forma
pequeños riachuelos
que recorren los
bordillos de las aceras.
Para evitar
mojarse,
algunas personas
corren,
otras, se esconden
bajo un techo improvisado.
Yo, ni corro ni me
oculto,
y, sin embargo, no
me mojo.
Llevo un techo
portátil:
con pulsar un
botón, lo despliego,
con pulsar un
botón, lo contraigo.
La lluvia cae, los
coches salpican,
y ni una gota roza mis zapatos rojos.
¡Qué alegría poder
caminar
por mi pensamiento
como un rey de una ciudad impalpable,
… como el rey de la ciudad en tus ojos!
Introduzcamos, con el mayor respeto,
algunos cambios en el poema de Alejandro Puga. Vamos a intentar que, como en
Antonio Machado, la anécdota realista, aparentemente descriptiva y banal, que
él tan bien ha sabido reflejar, de la ciudad lluviosa, se despliegue con pocos
adjetivos hacia un final donde el yo se apropie íntimamente del poema y obligue
a percibir la realidad de otra manera.
De la ciudad gris, que emite señales
que solo el poeta percibe, con ese intercambio de lo abierto y cerrado de su
paraguas que puede ser una imagen de su propio pensamiento – ahora pienso,
ahora no pienso; ahora miro hacia fuera, ahora hacia dentro, como un semáforo
espiritual-, pasamos a la visión interior. Destella el rojo hiriente, salvador
de sus zapatos rojos reforzado por la aliteración y el brusco sonido de la /j/
que contrasta con la neblinosa urbe donde todos buscan guarecerse de la
tormenta. Como dentro de una pecera, a su vez, el pensamiento del poeta se
refugia en su mente creadora que aporta la luz y el color que le falta al mundo
cotidiano. Son los poderes de la imaginación.
Al final, ponemos la guinda. El poeta
pasea sin mojarse con la única defensa de su pensamiento poético. Su paraguas, ahora se transforma, es el escudo
que le permite caminar casi como en un ascenso, sin rozarse con esa realidad, o
mejor, adueñándose de ella para dotarla de un alma, de una emoción poética
nueva. Es un rey, un pequeño monarca de los espacios intangibles de su
imaginación. Machadianamente, si queremos, aunque no es necesario, con el
último verso dejamos que el tú poético, la amada, sea quien contemple el mundo
a través de nuestros ojos. Y, ¡voilá!
Veamos
ahora cómo lo hace el maestro Antonio Machado. Para saber más, consulta este
enlace donde el poeta Alejandro Duque Amusco, en un breve artículo, analiza
métricamente el poema de Antonio Machado:
https://www.castelldefels.org/entitats/alga/68_centrales_11.htm
A UN OLMO SECO
Al
olmo viejo, hendido por el rayo
y
en su mitad podrido,
con
las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas
hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que
lame el Duero! Un musgo amarillento
le
mancha la corteza blanquecina
al
tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que
guardan el camino y la ribera,
habitado
de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va
trepando por él, y en sus entrañas
urden
sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con
su hacha el leñador, y el carpintero
te
convierta en melena de campana,
lanza
de carro o yugo de carreta;
antes
que rojo en el hogar, mañana,
ardas
de alguna mísera caseta,
al
borde de un camino;
antes
que te descuaje un torbellino
y
tronche el soplo de las sierras blancas;
antes
que el río hasta la mar te empuje
por
valles y barrancas,
olmo,
quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Antonio Machado
No hay comentarios:
Publicar un comentario