El míercoles, ocho de febrero, visitó nuestro Taller Susana Diez de la Cortina Montemayor, poeta, con cuatro libros publicados hasta la fecha.
Es filóloga y profesora de Lengua española. Directora de AulaDiez español online (www.auladiez.com), articulista y coordinadora de la Tertulia "María Moliner" de la Casa de Aragón en Madrid.
Nos habló principalmente de su nueva obra, La senda impar.
Un poemario que, bajo la alegórica representación del Camino de Santiago –a través del juego de la Oca– nos introduce en el mágico juego de la poesía, de los sentidos y de la literatura unida a la expresión plástica, de la mano del ilustrador Antonio Fernández Heliodoro,
que nos acompañó durante la sesión, explicando algunas de sus técnicas y mostrándonos sus obras.
Nos habló principalmente de su nueva obra, La senda impar.
Un poemario que, bajo la alegórica representación del Camino de Santiago –a través del juego de la Oca– nos introduce en el mágico juego de la poesía, de los sentidos y de la literatura unida a la expresión plástica, de la mano del ilustrador Antonio Fernández Heliodoro,
que nos acompañó durante la sesión, explicando algunas de sus técnicas y mostrándonos sus obras.
Esta fue la introducción que Susana Diez de la Cortina hizo, mostrando, además, otra faceta artística: el canto:
El libro es un
tributo a, por una parte, la representación alegórica del Camino de Santiago
que es el Juego de la Oca y, por otra, a la primitiva lírica tradicional de
tipo popular, en especial a un subgrupo de cantigas que podríamos denominar “cantigas
de camino”, en las que una muchacha (la ‘morenica’ o la ‘serranilla’ de nuestra
literatura, representantes de las dos facetas de lo femenino, Eva y Lilith) se
lamenta de la ausencia o la partida de su amado que ha tomado el camino en
busca de fortuna, o bien sale ella
misma al camino para seducir a un zagal (como el romance La Serrana de la
Vera).
En un principio, había proyectado un conjunto de composiciones breves de arte menor, como estas coplillas:
En un principio, había proyectado un conjunto de composiciones breves de arte menor, como estas coplillas:
Malita vengo,
madre / por el camino,
malita de nostalgia,
/ se fue mi amigo.
Solita vengo, madre,
/ por el camino,
polvo traigo en los
labios / y no cariño.
Cuánto silencio,
madre, / por el camino,
donde mi amor
tocaba / su caramillo.
Camino que me
aleja / del amor mío,
¡cúbralo la maleza,
/ bórrelo el río!
La rabia inicial, la
frustración ante un camino que separa, desembocan en otras cancioncillas que,
en la voz de una muchacha que decide iniciar su andadura sola, va por un camino
que une, en busca de sí misma y de su “buen amigo”, símbolo tanto del amor
carnal como del espiritual o místico:
Vengo de la noche, / y
a la luna pido
que ilumine de luz
blanca / mi oscuro camino.
Vengo del desierto,
/ y a las aguas pido
que la sed que yo
traigo / la sacien los ríos.
Vengo de la ira / y a
la calma pido
que me lleven a buen
puerto / los pasos que sigo.
Vengo de la duda / y
al amor le pido
que me lleve hasta
los brazos / de mi buen amigo.
Pero, como suele
ocurrir a menudo cuando se acomete algo nuevo, el libro fue tomando un curso
distinto, su propio curso, y a medida que iba pensando en cómo resolver el tema
de la numeración o de los títulos para las casillas con una misma figura, las
ocas, los poemas comenzaron a ensamblarse, a acomodarse cada uno en su sitio…
El resultado es este libro de poemas y de sueños, tan bellamente ilustrados por
Antonio Fernández Helidoro, que constituyen un viaje, un aprendizaje y un juego
por el camino de la literatura. Me gustaría que me acompañaseis un poco en ese
viaje…
Y así los hicimos. Comenzamos el viaje eligiendo números al azar y tirando el dado. Estas fueron las casillas poéticas donde caímos:
13. LA SUMA
Me preguntó: «¿Qué quieres?».
Le contesté: «No sé…
un trago de aire limpio
y este trozo de cielo,
poca cosa, en el fondo...»
(Y mirarme en tus ojos
–pensé para mí misma–,
poder oír tu voz,
recostarme a tu lado
como si no le diera a nada de eso
la menor importancia…)
«¡Qué cosas tienes!», dijo,
«¡un pedazo de cielo!»
Y se puso a contar de nuevo las estrellas:
pocas veces le sale la cuenta a la primera.
13. La suma
6. EL PUENTE
¿Azar? ¿Destino?
Lo que parece puente,
¿será camino?
36. LA OCTAVA OCA: EL SUEÑO DE NARCISO
Narciso sueña con un amor de leche azucarada, y esperando encontrar un rostro que lo encarne, en las noches de plenilunio se acerca hasta el estanque de las ocas y musita los versos más bellos que jamás se hayan cantado sobre la luna. No ignora que la mujer del pastor de las ocas le escucha embelesada tras las cañas ni que, a escondidas de su marido, recoge con prosa temblorosa esos poemas que cree ingenuamente que le son dedicados por un Narciso tan enamorado como ella; en respuesta a ese supuesto amor le envía cartas de apasionada dulzura dentro de botellas de colores, y espera con ilusión de adolescente la llegada del nuevo plenilunio. Pero la última noche de luna llena de ese año Narciso no aparece. En lugar de los habituales versos del enamorado, llega flotando sobre las aguas del estanque una botella azul dejada por una mano invisible, bien tapada con un corcho. La cuidadora de las ocas la abre, lee la carta de una esposa airada que con palabras groseras se burla de los versos y cartas de los enamorados. Una tormenta de indignación y lástima se desata entonces en el pecho de la cuidadora de las ocas cuando comprende que Narciso está viviendo el mismo infierno de desamor y celos que ella. Quiere avisarle de que le espían, de que ha sido descubierto: quiere no ser ella quien, sin su permiso, abra las rejas
que tal vez él mismo haya elegido mantener cerradas. Nunca más ve a Narciso. En el reflejo que la luna deja sobre la piel espejeante del estanque la mujer que cuida las ocas ya solo ve el rostro hinchado y exangüe del amor muerto, el cadáver de unos sentimientos que se hundieron y que ocasionalmente emergen con la apariencia tersa, pálida e inflada de un cuerpo al borde de la descomposición, y horrorizada se aleja del estanque. Pero en el pánico y la desesperación de haberse visto en ese espejo de agua halla la fuerza para tomar la decisión de escapar de su propia prisión: abandona a su marido y no vuelve a asomarse a esos estanques donde la luna engaña a los que persiguiendo el amor sólo ven el reflejo del que ha muerto ya en ellos.
36. La octava oca: El sueño de Narciso
3. LA BALANZA
Me
costó comprender lo que sentías:
que
lo que le pesaba a tu humor era el miedo
de no
ver inclinarse hacia ti la balanza.
Se
morían las aves en su largo camino hacia el exilio.
Vagaban
los camellos detrás, como sonámbulos
con
un dorado caminar lentísimo.
También
nosotros vamos en triste caravana hacia
[el
Poniente.
Ya
no nos pertenecen las aguas del subsuelo; igual
[que
a la hojarasca,
el
viento nos arrastra y nos cubre de arena.
Los
jóvenes esconden una piedra en el pecho, en cada
[mano
ocultan
un
sediento machete con el filo hacia dentro.
Porque
ya no son nuestras las mieses amarillas.
En
pos de los camellos, siguiendo el rastro suave de
[las
plumas,
no
supongáis que vamos tras nuestra libertad
[o
nuestros sueños:
vamos
hacia los vastos cementerios donde el Poniente
acoge a aquellos que no existen.
acoge a aquellos que no existen.
15. La caravana
7. EL CAMPO DE BATALLA
La
batalla va a ser encarnizada,
pues
sueño que camino por el borde
de
una página en blanco interminable;
su
aterrador silencio me acorrala
en
la esquina del margen más cobarde,
donde
aguardo que venga tu escritura
a
marcar con sus líneas mi camino.
Sé
que escribes, y espero. Rezo en sueños:
que
avances trazo a trazo hasta ganarme
en un
pulso feroz contra la nada.
7. El campo de batalla
Cantando
baja,
me
da los buenos días,
sonríe
y pasa
el
arroyuelo,
risa
del agua clara
bajo
el frío hielo:
en
días de escarcha
eres
el riachuelo
que
riega mi alma.
27. LA SEXTA OCA: EL SUEÑO DE ARIADNA
Soñé
que recorría las estancias de una casa estrecha junto
al mar, un laberinto de escaleras y corredores en el
que, al fondo de una habitación pintada de turquesa, te
hallabas tú leyendo el Libro Arcano que guarda los secretos
de los constructores de laberintos, tumbado boca
abajo en una cama enorme, sin reparar en mí. Entraba
sigilosamente desovillando una madeja, pasaba el
cabo del cordel por los ojales del doble puño de
tu camisa y, tras comprobar que habías quedado bien
prendido, volvía a bajar las escaleras, sin cruzarme con
nadie, y sin la menor impaciencia me apostaba en la
esquina de la calle, disponiéndome a esperar a que tú
mismo, como al descuido, tiraras de ese hilo que te conduciría
hasta mí y hacia la salida de tu laberinto, esperándote, a
ti, mi Minotauro amado, a mis ojos más noble
que todos los Teseos, por ser el que más sufre, el más
temido.
42. EL LABERINTO
La voz que yo seguía
me llevaba
por intrincadas sendas
a perderme.
La voz que me guiaba
por callejas
de angustiosa angostura
me encantaba.
Me llevó a donde nacen
los caminos,
me condujo hasta el centro
del sonido,
allí donde se pierde
el horizonte,
allí donde comienza
el laberinto,
la espiral sin confines:
me enredaba
en hechizos sin fin
la voz amada,
y sin norte y sin tregua
y sin aliento,
a sus modulaciones
me inmolaba.
La voz en la que todo
lo fiaba
calló, y me dejó allí,
desorientada.
42. El laberinto
30. EL MINOTAURO
De
nada sirve ver para orientarse
dentro
del intrincado laberinto;
el
monstruo ciego, enfurecido, muge
a
los que le tributan sacrificios:
pues
tan injustos
e
innecesarios son
como
al dar el perdón
mostrar
disgusto.
Su
cintura es estrecha, su torso oscuro;
corona
su cabeza la media luna.
El
corazón le brama, pues es de toro,
la
sangre le hincha el cuello, negro tumulto.
Bravío
astado:
como
res, rumiante,
y
de un hilo pendiente,
como
humano.
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