Cerramos las actividades del Taller con una sesión dedicada a terminar los trabajos pendientes, a recopilar los textos de los asistentes y, como nos queda algo de tiempo y muchas ganas de trabajar y de ser creativos, se propone realizar una actividad libre final, de carácter individual o de forma colectiva.
Estos son los resultados:
YOU ARE THE LIMIT
When the hours passed
slow and I enjoyed them like nothing else. When I felt full of energy, rushed
by the adventure, stopped by the sky. I miss it. As I grew I learnt life isn’t
that easy, at least if you aren’t able to dream.
After all of this, you
get depressed, because, with the pass of the years your life starts being
repetitive, and there’s less time to do what you love. I’d beg for forgiveness
(as it ashames me) if I lived such an insignificant life.
If you don’t know what
does this mean, I just want to say that you have to live and be remembered,
after all, you’re all the obstacles you have to sort to get an unique legacy.
Don’t you remember when they say you: you can be whatever you want, you just
have to fight for it?
Well, if you don’t think you are going to
remember this in a couple of years, I’ll leave for you this phrase: Don’t think
about what can the life do for you, think about what you can do for your life.
Diego Almodóvar
La sirena
Niña
que naufragó
todos
murieron a su alrededor
acunados
por una canción,
su
mente la mantuvo a flote
las
cantoras viniéronla a sacar
de
esa vieja vida
que
pronto dejaría atrás.
Cantó
como ninguna,
arrullando
hasta abandonar
en
esperanzas envenenadas
a
otros en el mar.
Su
guía fue el océano
Ella
mentora de las demás
Nuevas
voces rescataron
Otras
quedaron atrás.
En
acuosas tumbas, vidas
alimentaron
las olas
para
devolver un favor
a
un agitado mar.
Marta Sancho Fernanz
Soy un “muerto
viviente”, que en su vida anterior ha fallecido de manera espontánea en un
accidente, motivo por el cual el brazo derecho está partido y el codo fundido
con las costillas. Si, y junto con esto,
están mi nariz inexistente y el moho y la podredumbre, de uno tras siete largos
años sumido en un sueño, que aparentaba ser eterno, en una lata de conservas;
mi aspecto no es el de uno destinado a echar cohetes al cielo.
Sé que mi condición
no es, ni de cerca, ni de lejos, admirable, pero la vida no tiene parangón, y
si además, te la han robado, uno arde en deseos tan profundos que ni se percata
de que las llamas lo devoran acuerpadas por sus ansias.
He revivido a un kilómetro
de mi casa y a dos del accidente, en el
cementerio de “Llorafuerte”, así que, me dispongo a rememorar lo sucedido y,
¿por qué no? Dar unos buenos sustos.
Allá por los
alrededores de mi antigua vivienda, me dispongo a entrar en ésta, pues conservo
las llaves en algún punto cercano al esternón. Al girar la llave, la puerta se
atasca y no se abre. Doy la vuelta y allí lo veo. El “Hombre” que poco más de
un lustro atrás, me mató. Es él, lo sé por su característica máscara sombría.
El “Hombre” saca un
artilugio entre dorado y lila, que me deja embobado unos instantes. Parece un
talismán, con una cadenita esmeralda para colgar al cuello. El “Hombre” se lo
cuelga y me dirige una mirada atenazadora, que a mí, un muerto, le aterra.
Luego se esfuma.
Trato de recordar
las inscripciones que acabo de vislumbrar, las cuales son en una lengua muerta,
entre celtíbera y cartaginesa con un poco de fenicio. Dicen así: “El muerto que
aguarda la vida es aquel al que la vida espera, y condena”. Las inscripciones no
parecen erróneas, pero el ojo con el reloj flameante en la pupila no me
agradan, sino que me repulsan. Es ese el motivo que me decanta por huir a
reorganizar mis ideas acerca del hombre y del amuleto. Ya familiar.
Reconozco que mis
conocimientos históricos son de gran ayuda en casos como éste, para, basándome
en estos, saber más del asunto. Aunque, ubicar el artefacto en algún hallazgo
resulta lioso contando con mi participación en siete yacimientos.
Pronto descubro las
ventajas de estar muerto: no hace falta comer o dormir, te puedes hacer polvo,
y volar con el viento hasta llegar al destino pensado. Esto último lo decido
usar para reconstruirme, como un lego, y desincrustarme el brazo.
Una vez fuera del
refugio, hago un par de visitas a los yacimientos, y cuando llego al sexto se
me viene una visión a la mente: la del ojo de Amílcar Barca.
Ya recuerdo, donde
creíamos haber descubierto la tumba de este jefe del ejército de Cartago, esta
estaba vacía, sin contar con la presencia del amuleto.
El reloj de arena en
la pupila puede significar que el tiempo es relativo y, en teoría, no eterno; el
ojo, la ascendencia fenicia cartaginesa, mientras que las llamas, pueden ser
símbolo representativo del fuego que cercenó su vida de raíz, el fuego de los
“toros de astas ardientes”. (Esta es una historia que se puede resumir así: El
ejército cartaginés de mercenarios, liderado por Amílcar Barca, estaba en
constante lucha con Roma por la toma de la Península en fechas de las Guerras
Púnicas, y al superar en número a los romanos, se asentaron confiados en un
campamento. Los romanos sabían que si entraban en combate el número los derrotaría,
por lo que era vital evitar el conflicto bélico cuerpo a cuerpo. Se les ocurrió
enviar al enemigo de noche toros con antorchas en los cuernos). Tratándose del
general, la máscara a modo de “Fantasma de la Ópera” encargada de tapar
dolorosas quemaduras es explicable.
Tras reflexionar
largo y tendido sobre el tema, me dirijo, maquillado, para parecer lo menos
cadavérico posible, a la Biblioteca Nacional de España a repasar historia.
Abro un libro y
todas las miradas de la sala se desocupan momentáneamente de sus quehaceres
para apuntar hacia mí y declararme desastre como peluquero, maquillador… pero,
poco después, vuelven ensimismados a sus libros mientras noto una presencia
acechante tras de mí. Me giro, abro bien la boca dispuesto a encararme al
“Hombre”, en ese momento, mis labios quedan inmovilizados al igual que el resto
de mi cuerpo, ahora, agarrotado. Dirijo una rápida mirada inquieta oteando el
horizonte de mesas y estantes repletos de libros, pero nadie asoma como un sol
esperanzador. Estoy perdido, rodeado de testigos ausentes.
El “Hombre” me
agarra del brazo y nos esfumamos para llegar a parar a su guarida, repleta de
mascotas como cernícalos, pumas, cocodrilos, ajolotes, arañas… a las cuales les
falta un ojo en el lugar donde solo restan cuencas ennegrecidas, carbonizadas…
No obstante, por desgracia, ese no es todo su séquito, aún hay más víctimas
como yo, personas que murieron para ser inmortales a su fiel servicio con un
ojo marcado. Al ver sus caras frías y sin apenas rasgos, empiezo a creer
sumergirme en una pesadilla macabra cuyo fin esta anunciado: Me tengo que
despedir de un ojo.
Amílcar se marcha con
el amuleto colgando de la cadena, quedo solo. Y aunque tema a mis acompañantes,
observo mi miedo reflejado en sus únicos cristalinos. Al instante, regresa el jefe con la cadena rígida, estática, e
incandescente. El miedo se apodera de mi persona y desaparezco, sin saber cómo,
pues nada más llegar lo había intentado inútilmente, con una única meta: salvar
a esos seres muertos de un monstruo anterior a Cristo. Para ello, me dirijo al
jardín de mi abuelo con fin de desenterrar a mis canarios, revivirlos.
Decido ser un romano
y jugar con fuego, pues nada puede odiar más un general con la cara quemada,
que una llama, y yo cuento con algunas: ¡Las ansias de vivir!
PVNICVS FLAMINIVS
Jaime
Ultimas palabras
– A veces me odio a mí mismo…
–¡Es absurdo!... ¡Esto es absurdo!
– Estoy a punto de emprender mi último viaje, un gran salto
en la oscuridad.
– Apaguen la luz.
– Déjenme morir tranquilo; no voy a vivir mucho tiempo.
–¡Qué pena morir, cuando me queda tanto por leer!
– Homo Reus.
– Sobre la Tierra hay millones de hombres que sufren: ¿por
qué estáis al cuidado de mí solo?
– No sé, es la primera vez que me ejecutan.
– Todas mis posesiones por un momento de tiempo.
– Me siento genial.
Estas son las
ultimas palabras dichas por:
Aleister Crowly, Sigmund Freud, Thomas
Hobbes, Theodore Roosevelt, George Washington, Carlos I de España, Menéndez Pelayo, Wolfgang Amadeus Mozart, León
Tolstoi, Maximiliano de Habsburgo, Isabel I de Inglaterra, Pete Maravich.
verso blanco
mente blanca
tinta negra
manos firmes
ojos verdes
que te escribo negro
que te beso en blanco
dedos raudos
línea frágil
rima rota
pluma ágil
libro libre
que
te leo mío
que
te sueño nuestro
Adriana M. Ruiz de Molina Patricia Vargas, Raquel Vargas, Pilar García Rincón, Jaco Liuva y Luna Salazar.
Así
Es aquello que deseo
Son mis ganas de soñar
Es el tiempo que te espero
Son tus nadas un vacío
Es tu imagen lo que anhelo
Son tus manos imposibles
Es tu voz la voz del mar
Son tus ojos el misterio
Soy tu sombra
Así serás.
Adriana M. Ruiz de Molina Patricia Vargas, Raquel Vargas, Pilar García Rincón, Jaco Liuva, Luna Salazar, Diego Almodóvar, Juan Carbonell, María de Gonzalo, Siria Feo Rodríguez e Irene García Horcajada.
Las parcas desmemoriadas
La
muerte nos ha abandonado… por segunda vez. Como lo oyes. ¡Menuda desfachatez!
Ríete, ríete cuanto quieras. Ahora, no creas que voy a perdonarle esta afrenta,
no. Se acabaron las oportunidades. Me he cansado de esperar, de preparar
nuestras exequias y de comprar esas finas mortajas que nunca conseguimos lucir.
Me
pregunto por qué Morta no habrá cortado el hilo dorado. ¿Tal
vez Nona olvidó esculpir nuestros nombres en el muro de
bronce? Para mí que estas Parcas están seniles, como nosotros.
Y no
me mires así, boquiabierto y espantado; no me van los pusilánimes. Péinate y
arréglate, corre. No hagamos esperar a la inmortalidad.
Ana Belén López Martínez
El reflejo del espejo
por las mañanas,
me devuelve
una ilusión de identidad.
por las mañanas,
me devuelve
una ilusión de identidad.
Ficción de mi memoria
que sigue dibujando
en el azogue del espejo
los rasgos de un ayer,
los gestos de un ayer.
Incapaz de aceptar
las líneas que el tiempo
va trazando en mi rostro
evoco
los gestos y los rasgos
que un día fueron
pero que ya no son,
y que siento todavía
como ciertos
cuando cada mañana
me reflejo en el espejo.
que sigue dibujando
en el azogue del espejo
los rasgos de un ayer,
los gestos de un ayer.
Incapaz de aceptar
las líneas que el tiempo
va trazando en mi rostro
evoco
los gestos y los rasgos
que un día fueron
pero que ya no son,
y que siento todavía
como ciertos
cuando cada mañana
me reflejo en el espejo.
Alicia Arriero Higueras
Alicia Arriero Higueras
POETELA
Igual
no la escribo yo.
Ella
me escribe a mí
y
rellena mis vacíos.
Recorro
el dulce camino
de
la palabra solemne
oculta
tras un suspiro
que
otorga significados,
que
me desvela la historia
y
llueve emoción a cántaros.
Si
la palabra te llega
profunda
a tu corazón
“¡Eso
sí que tiene tela!”
Sara Álvarez
Herranz, Victoria Guriachykh, Luna Henseler Gallego, Alejandro Puga, Helena
Martínez Luengo, Javier Martín Alonso y Jaco Liuva.