A partir de la imagen, los participantes en el Taller realizarán un texto basado en esta realidad y dejarán volar su imaginación por los territorios de la narrativa, los etéreos cielos de la lírica o cualquier otro tipo de expresión artística.
Imagen aportada por Lucía Díaz Mairena
TRAS EL OVILLO DE LANA
Aquel ovillo de lana que había
aparecido encima de la mesa, me provocaba unas ganas enormes de cogerlo,
arañarlo, morderlo… Lo observaba escondida entre las cortinas, vigilante, como
si en cualquier momento pudiera moverse y escapar. Una mano agarra el ovillo y
lo mete en un bolso, inmediatamente me meto allí con él, nos movemos. Lo sujeto
e intento estar lo más quieto posible para que nadie se percate de mi
presencia. Mis oídos captan distintos sonidos nuevos para mí, oigo a la gente
hablar y caminar, escucho música y monedas caerse de un lado para otro. Se me
ocurre sacar la cabeza del bolso y veo un armatoste enorme dirigiéndose hacia mí
emitiendo un ruido descomunal, parece mi final, es lo único que se me pasa por
la cabeza. Pero no, cuando abro los ojos de nuevo, la máquina está parada frente
a mí y nos adentramos en ella. En el interior hay gente sentada con esos
dispositivos tan raros que se usan hoy en día. La persona que me ha traído
hasta aquí saca el ovillo y se pone a trabajar con él. Decido investigar este
recinto que se mueve como por arte de magia. Cuando salgo veo cómo me mira y dice:
-Pero bueno, ¿cómo es que no
estas en casa? Eres una gata muy traviesa…
Luna Salazar
Alejandro Sánchez Molina
Latrocinio
<Entra por debajo, coges, tiras>. Fruncía el ceño mientras realizaba esto una y otra vez.
Sus manos ya mecanizadas lo reproducían vertiginosamente. Sin embargo, su mente
estaba ahí, y solo ahí. El trajín del vagón era un suave vaivén que la
acompañaba grácilmente mientras hacía sus tejidos.
─Por
eso te estoy diciendo que mañana lo tengo para ti. ─decía por el móvil un hombre que tomaba asiento junto de
ella.
<Entra por debajo,
coges, tiras>. Las agujas y el estambre se habían adueñado de ella, que
ni se percató que su acompañante había terminado de hablar con el móvil.
<Entra por debajo,
coges, tiras>. El vil hombre,
más con maña que con hazaña, estiró la mano y logró pescar una de las bolsas de
la compra que llevaba aquella mujer.
<Entra por debajo,
coges, tiras>. Un sonido retumbó en la cabeza de aquella mujer:
─Próxima estación:
Legazpi.
Y de un instante a otro, la mujer recuperó la noción de
todo lo que le rodeaba. Pareciese que había despertado.
Guardó sus tejidos y se apeó. Pero en ese segundo, mismo
en el que se incorporó dispuesta para marcharse, se encontró con una bolsa
faltante y un vagón vacío.
Iker Karel
VERDE Y BLANCO
Teje verde lana verde,
teje la verde esperanza
que guarda en la bolsa verde
… pero el verde se le acaba…
Grises agujas
de punto
trenzan islas en un mapa
de océanos y corrientes
que la transportan a ítaca.
En la Odisea fruncida
Nemosyme la acompaña,
mas la lana de los sueños
… en la labor se le acaba…
Teje en blanco, en blanco teje
-se agotó el verde esperanza- .
Trenza las horas en blanco
… y la madeja se acaba…
por no quedarse sin lana
y poder seguir tejiendo
… hasta la última parada…
Pilar Elvira Vallejo
OPERACIÓN GANCHILLO
Estaba
muy nerviosa. Mi objetivo estaba cerca. Sólo tenía que esperar.
Iba
a ser demasiado notorio, la gente sospecharía. Tenía que parecer natural. La
misión había comenzado.
Ya
estaba dentro de mi radar.
Se
acercaba.
Desactivé
los artilugios y presté atención al “halcón”. Debía parecer normal. Camuflé el
dispositivo de escucha en auriculares para el móvil.
Siguiendo
las instrucciones que me daban, pasé al vagón del metro. Debería estar a simple
vista y en efecto, ahí estaba.
Me
levanté y me puse a su lado. No sabía qué hacer, no tenía más instrucciones.
La
señora me pasó una de sus agujas de hacer punto.
Llegué
al cuartel. Sólo había conseguido una aguja. Misión fallida.
“Halcón”
me saludó y me ofreció la cerradura. Cogí lo único que conseguí para pasar esta
misión y comprendiendo al instante lo que debía hacer, tiré de una patada la
caja y clavé la aguja a “halcón”. Esa era mi misión.
Al
instante en que la aguja hizo contacto con su piel, se produjo una explosión.
Provenía de aquel punzante objeto.
Sólo
veía humo y la silueta de mi supuesto jefe. Una vez que el humo se disipó y se
cumplieron mis sospechas, pude ver el esqueleto mecánico de aquel artefacto que
simulaba ser mi jefe.
De
lo que quedaba de la aguja, surgió un sonido que decía: “Esto no termina aquí,
tu misión solo acaba de empezar”.
Irene García Horcajada
Vía de escape
Las agujas se movían con ligereza en el
aire, escribiendo todas y cada una de las palabras que tenía que contar, que
expresar, cada vez más rápido, con ansia por dejar escapar todo aquello que le
ataba y apretaba por dentro, que le hacía contener la respiración. No tenía
mucho tiempo; era consciente, pero necesitaba liberarse, escaparse; escaparse
para sentirse libre, como darle alas a un pájaro que desea volar, para que
recorra todo un prado raudo y frenético, y al final
simplemente termine posándose sobre el árbol más cercano.
Con cada rítmico movimiento de sus manos,
se iba aflojando la cuerda.
Súbitamente, el tren dio un frenazo. Dejó
las agujas de tejer sobre sus piernas. Las encerró dentro de su puño y, con
paso rápido, salió del vagón del metro, alejándose del prado.
Joaquín Pérez Grande
Mujer tejiendo el mar
Laia Castella Úbeda
(La imagen de la mujer tejiendo en el metro me sugirió un escenario en el que esta estaba hilando el mar y se encontraba en medio de una tormenta. Ella mantiene una expresión calmada a pesar de todo lo que ocurre a su alrededor. De manera parecida, la mujer de la fotografía teje, a pesar de toda la gente que entra y sale del metro y del movimiento del transporte público en general).
EL METRO ENTRE COSTURAS
¡Rápido! Con un último
esfuerzo, logré pasar, justo en el momento en el que las puertas se cerraban.
Agotado, me senté y miré la hora.¡¡¡Casi eran las tres!!! No
podía ser, el taller de escritura empezaba a las tres y cuarto, llegar a tiempo
se me antojaba imposible. Miré a mi lado… y vi cómo una señora, con toda la
tranquilidad y temple del mundo, estaba cosiendo, sí, allí en el Metro. No daba
crédito, me pellizqué para comprobar que no me había desmayado, pero… ¡era
cierto! Me armé de valor y ávido de conocimiento por saber si era una afición suya
o se dedicaba a la costura para ganarse la vida, le pregunté:– Señora, ¿qué está tejiendo
usted?Ella me miró y, con una voz
cálida, pero con cierta parsimonia, dijo:– Estoy cosiendo
originalidad. Maravillado ante esta
poética respuesta, la volví a interrogar: – ¿Qué o quién le impulsó a
practicar esta gran idea? La mujer, ya con más
entusiasmo, me dijo la frase más bonita que jamás se haya pronunciado: – Joven, veo que en tu alma
se aprecia el relámpago de la curiosidad, el ansia del saber y el deseo de ser
alguien mejor.
Yo, con la boca abierta, le
supliqué que continuase, y ella me contó esto: – Eres la primera persona
que se interesa por mí y que me pregunta educadamente, no como la gente que me
mira extrañada y me hace fotos; como ese señor que ni siquiera me pidió
permiso, seguramente pensaba que no me había percatado… Los humanos sólo nos
atenemos a las normas, tú debes llevar el mensaje de la innovación y hacer lo
que yo, tejer, para que puedas ser un poco más libre. Ahora corre, ve a ese taller
de escritura y cuéntales lo que ha pasado, ¡no tardes!Salí del Metro sin entender
nada; por ejemplo, ¿cómo podía saber dónde iba? ¿Qué tenía que ver la libertad
con tejer? Esa señora era demasiado enigmática… Después, lo que hice fue pedir
a Dios que gente como ella fuera más reconocida, porque la libertad es un valor
escaso y aquella mujer quería que todo el mundo lo supiese. Acto seguido, miré mi
reloj. Ya eran las tres y cuarto, así que empecé a correr hacia el instituto. Tenía que relatar esta historia a alguien capaz de
creerme. Querido lector, confío en que tú lo hagas.
Diego Almodóvar González
LA BUFANDA DE LANA
Al principio, no sabía qué era yo. Me pasaba como a los
demás, aunque decían que con el tiempo descubriría mi identidad. Yo no tenía
esa seguridad, pero a base de confianza, mi sueño se hizo realidad. Llegó el día en el que me miré en
el espejo y pude ver mi utilidad reflejada en él. Había crecido y mi vida, por
fin, tenía sentido: debía cuidar de la salud de la sociedad. ¡Ya no era una
inútil con la que jugar! Cuando entendí
mi objetivo de vivir, empecé a ser feliz y me convertí en la mejor compañera
tejida para ti.
Cada
noche los hilos del pasado se desdevanan; y tejen solos otra tela que, con
suerte, duran hasta el amanecer, y es entonces, cuando se deshacen de nuevo en
vanos recuerdos. Este perfecto proceso, tira de la cuerda hasta que, en teoría,
se acaba el hilo de la muerte. El fin de este filamento cierra un ovillo que
rueda por el suelo de una habitación, acabando en manos del gato de
Schrödinger. Este felino es tu presente. Estás vivo y muerto a la vez pues no
sabes si un segmento de tu cuerda forma parte de la de otros sueños.
Manuel García
El sonido de la diferencia
Tengo que desplazarme, qué mejor que el
metro; llevo un libro en la mochila, ¡será un viaje doble!
Entro al vagón y, antes de abrir el
libro, cuento las paradas por las que voy a pasar… 10. El tren comienza su camino,
ya estoy preparada para empezar.
Mi mirada pasea veloz entre las letras,
noto las ruedas frenar y voy calculando las estaciones, una… dos…
Seis… La lectura me intenta sumergir, yo
quiero mantenerme a flote, no podía repetirse, no podía pasarme otra vez de la parada.
Siete… Un repetitivo rumor me
desconcentra, no leo, ni mido paradas, llevo… ocho, no quería malgastar el
tiempo, en cuanto llegase ya no tendría un momento para leer.
Nueve… intento volver a mi lectura, pero
ese ruido, no me deja, lo busco por el vagón, una señora me está mirando
mientras hace punto de ahí viene el sonido, con sus ojos me indica que me fije
en mi alrededor: es verdad, todos están con sus móviles, yo con mi libro y ella
con su tejido.
Diez, debo salir, me despido con un
gesto, nadie se fija ni los que salen, ni los que entran, menos aún los
ocupados, solo esa señora que me enseñó sin palabras que éramos la diferencia.
Yo con mi libro y ella con su tejido.
Marta Sancho Fernanz
LA METAMORFOSIS
Cuando salió del metro se obró el milagro: su punto bobo se
había convertido en un filme alveolar. Penélope pudo esperar a sus hijos
venidos de tierras de volcanes y quetzales en una casa ¡Pop! vacía de silencios ¡Pop!, ¡Pop!
Alejandro Puga
Alejandro Puga
Me levanté abrumada, atosigada, como todos los días, diría, como un toro
en una corrida o como un pez cuando pica el anzuelo. Me subí al tren que
iba en dirección al entusiasmo. De camino, una mujer entró y se sentó a
mi lado, con toda tranquilidad cogió su lana, su aguja y “metió, lazó y sacó,
después metió, sacó y volvió a lazar...“ de esta forma, yo, totalmente
hipnotizada, le di vueltas y vueltas y más vueltas, hasta que me mareé tanto que por una cosa u otra me volví a bajar en el mismo
sitio de siempre, la parada de “la rutina” En la salida de la calle “monotonía
Almagro” en fin, igual algún día llego a mi parada, ojalá.
Siria Feo Rodríguez
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