sábado, 31 de marzo de 2018

Trabajos de la 9ª Sesión del III Taller

Después de leer el poema "Respirar" de Ada Salas, nos hemos puesto a trabajar sobre los recuerdos de la infancia, pequeños o grandes detalles que han quedado grabados en nuestra memoria y que vamos a sacar a la luz. Estos son algunos de los resultados:



¡Hola cejas!

Todos los años me voy en verano dos meses de vacaciones. Un año, cuando yo tenía cinco, al volver a mi casa me miré en un gran espejo que cubre una de las paredes de mi habitación; para mi sorpresa vi reflejadas dos filas de pequeños pelos encima de mis ojos, del grosor de un dedo meñique y que llegaban desde el final de mi nariz hasta el final de las cuencas de los ojos, una encima de cada ojo. Era algo que yo no  había visto en la vida, empecé a delirar; lo primero que hice fue cerrar muy fuerte los ojos y frotarlos con las manos, para comprobar que no eran imaginaciones mías. Al ver que seguían ahí las dos, bien quietas, las fui a tocar e intente arrancarlas, pero no había manera. Tras considerar momentáneamente la posibilidad de estarme convirtiendo en una niña-mono me fui corriendo y gritando a buscar a mamá, al encontrarla le dije:
–Mira lo que me ha pasado –entonces se giró y pude descubrir que ella también tenía esas dos extrañas filas de pelitos.
–Me ha salido esto –dije señalándome las cejas.
Al comprobar que no señalaba nada extraño dijo en tono irónico:
–¿Las cejas?
Entonces le contesté que sí y le conté lo que me había pasado. Ella me recomendó que no dijese tonterías, que las había tenido desde siempre. Entonces se me ocurrió una fantástica idea: iría en busca de todas mis fotos para demostrarle a mi madre que yo decía la verdad. Para mi decepción ella tenía razón, en todas las fotos aparecían sobre mis ojos esas extrañas “cejas”. Me consolé pensando que me quedaban relativamente bien y que me acostumbraría a vivir con ellas.
Hoy pienso en esto como una graciosa y, en alguna ocasión, ridícula anécdota.


Belén del Molino Dueñas


Adiós

Mi primera experiencia con la muerte fue cuando tenía unos nueve años. Mi profesora del curso anterior enfermó y había tenido que pedir una baja, ese fue el primer golpe. Le teníamos muchísimo cariño, nos había ayudado y enseñado mucho y nunca pudimos agradecérselo. Lo recuerdo perfectamente, era un jueves, nuestra tutora de aquel entonces nos comentó que tenía una noticia muy importante que darnos. Dijo: vuestra profesora del año pasado ha muerto. Silencio. Me giré, me abracé a una amiga y comenzamos todos a llorar. No podía pensar en nada, recuerdo perfectamente cómo mi mente dejó de funcionar y solo notaba el gran hueco que había aparecido en mi corazón. La profesora, que había permanecido callada hasta entonces dijo: por eso he estado tan triste estos dos últimos días; sonará muy egoísta pero pensé: “A ti no te importaba, ni siquiera la conocías” y sentí que nosotros teníamos el derecho a haberlo sabido mucho antes. Me dolió, me dolió no haberme enterado antes y, de otro modo, me atormentaba que nunca iba a volver a verla, pero lo que más me hizo sufrir fueron las palabras que me dijo mi abuela cuando se enteró: deberían llorar las personas que han sido malas con ella, las personas que han sido buenas tendrían que pensar que se fue con un recuerdo feliz de vosotros. No era verdad, nunca me había podido despedir de ella, ni un adiós, ni un gracias, aquello sí que merecía que llorara, pues nunca tendría la oportunidad de mirarla a los ojos otra vez.
Años más tarde descubrí el nombre del enemigo que había matado a cientos de personas, entre ellas a aquella profesora: Cáncer. Él era el culpable de que yo no pudiera darle mi adiós.
Luna Salazar Díaz


Marta Sancho Fernanz



Mi canción

Escuchaba una canción,
siempre antes de dormir;
me llenaba de emoción
sólo verla sonreír.

Y siempre que me cantaba,
miraba a la oscuridad,
y los monstruos de mi cama,
se llenaban de bondad.

Miraban y escuchaban,
esa voz angelical,
y cantaba y cantaba
Lará, larailará.

Un día ya no hubo canción.
Los monstruos esperaban.
A falta de esta ilusión,
asaltaron mi cama.


Irene García Horcajada


El Telegrama

Finaliza el verano
y correteo por las plazuelas recalentadas.
La Mancha. 
Horas eternas. Libertad absoluta.
Juegos en la calle.
El pueblo.
Nada te ata. Nada obliga.
El tiempo pasa indolente
mientras los niños jugamos,
corremos,
gritamos,
reímos...
Es de noche. Es hora de regresar.
Hay luces en la casa que no es mi casa.
Y revuelo de voces.
Algo sucede. Extraño.
Mis ojos de cinco años buscan.
Todos observan un  papel.
Azul,
como el cielo.
De repente, los mayores me miran.
Sonrientes.
Y blandiendo el  papel me dicen:
¡ha sido niña!
El papel, –luego descubriría que se llamaba telegrama–
me trajo un regalo.
Ya tengo una hermana.

Maite García Osa


La juventud suspendida

Cuando éramos jóvenes, tú y yo nos habíamos hecho mayores antes de tiempo. Y me di cuenta justo cuando empezaron a fugarse los retos, los anhelos y las palabras.
Sin quererlo, habíamos dejado la puerta entreabierta al olvido y a la indolencia. ¿Y sabes qué? ¡Por esa única rendija se nos colaron!
Lo que ignoras es que yo atrapé un puñado de sueños y un millar de palabras en una caja de galletas, por si el aroma dulzón a canela lograba devolvernos la juventud suspendida.

Yo la recuperé al fin; pero tu primavera… tu primavera tenía más de una esquina rota.

Ana Belén López Martínez



Cada mañana,
el despertador llama,
pereza emana.

Aunque no quiera,
lo cierto es que yo deba
de educarme.

Instruir mi coco,
aunque sea poco a poco,
no es que esté loco.

Yo avanzaré,
jamás me detendré,

lo lograré.

Diego Almodóvar González


Ensoñación

De pequeña soñaba,
soñaba que podía volar.
Volar alto, lejos, muy lejos.
No era  la imaginación
la que me alzaba por los aires,
era mi realidad, mi verdadero yo.

(¿Te suena a ciencia ficción?)

Cual heroína de un cómic,
yo poseía ese poder sobrenatural.
Cada noche partía desde mi cama,
surcando, de aventura en aventura,
los cielos de la ciudad.
Flotaba, me deslizaba,
me arremolinaba.
Sentía la libertad invadirme.
¡Ser etéreo de la infancia!

(¿De verdad no me has visto nunca?)


Adriana M. Ruiz de Molina




Regresó  de viaje
con un  dolor en el pecho.
La oscuridad  se pobló
de llamadas urgentes, 
y pasos apresurados.
 
Después todo cambió .

El tiempo se llenó de ausencias 
algunas cortas, otras más largas,
hasta que una parda noche
su tiempo se alejó  del mío.

Desde entonces 
le sigo buscando 
en cada hombre 
que he conocido,
en cada paisaje
que he caminado,
en las noches
en  las que me he perdido. 


Alicia Arriero Higueras



El Gigante

En mis pies, verde.
Cúpula cerúlea
            se posa sobre mis pequeñas orejas.
Campo, solo campo.
El sonido del agua termina
donde las brasas hacen oler la carne.

Un gigante de madera
sentado frente a mí.
Arrogante por su altura.
           Busco trepar en él.
Bastas zancadas entre escalón
                                                y escalón;
mis ojos desean permanecer alto.

Llego a sus crestas sabinas:
húmedas y rechinantes
a cada paso que doy.
Desde sus ojos veo las cabañas,
                                    el humo, el lago,
                                                 las hormigas de mis padres.

Pobre gigante,
que está condenado de por vida
a quedarse atado al suelo,
y dejarse pisar por nosotros,
                                   diminutos

que anhelamos de su tamaño ser.

Iker Karel Muñoz


Pulso

Hacia el comedor
camino.

De golpe no sé dónde estoy.
Me encuentro perdida.

Es mediodía,
me dice la memoria.

Tengo hambre
confusa retomo mi camino
hacia el plato ...
y así he seguido hasta hoy
sin que ese ictus a los doce
cambiara el pulso de mi vida.


Oración

¿Por qué sentí tanta culpa?
No sé,
ni quiero acordarme
por lo mucho que dolía.

Rezando la aplaqué
eternamente
en las vigilias,
luchando
contra mi misma
con ronroneo, sin tregua.

Calmaba,
pero no le perdono
que robara a mi pensamiento
tanto espacio

para imaginar.

María de Gonzalo Arenillas





Un sueño, de pequeña
                  pero también de grande
Una tienda, de papeles
                  pero también de lápices
Entré, entré en silencio
                  pero no quería 
Grité, grité muy fuerte
                  pero no se oía 
Era alto, con rostro sucio
                  pero manos limpias
Era grueso, con tripa blanda
                  pero no gorda 
Varias, varias formas 
                  pero siempre lo mismo
Muchas, muchas veces

                  pero siempre espanta

Siria Feo Rodríguez


El Rey de la montaña

I
Ese día te vi
arrastrando una rama,
arrastrando una rama
y corriendo.
Arrastrando una rama,
arrastrando esa rama,
arrastrando la rama
y corriendo.
Tu sonrisa brillaba
y tus ojos, luceros,
arrastrando tu rama
y corriendo.

II
Como todos los niños
teníamos entre manos
esa leve materia
que conforma la vida.
Con esa masa dulce
que llamamos el tiempo
entre manos, sin miedo,
inconscientes de cómo
esos breves instantes
son instantes eternos.
En la finca, los cuatro:
Julián, Sito, mi hermana
Sonsoles y yo mismo
íbamos de cabeza
sobre el montón de arena.
El rey de la montaña.
Ese montón de arena
en la tarde anterior
lo habían apilado
el tío José y su pala.
El rey de la montaña.
Y nosotros lanzándonos
en plancha hacia la cima.
Y el montón cada vez
más chato. Esparramado.
Tío José, silencioso,
a la tarde siguiente, con su pala,
volvería a colocar
nuestro montón de arena.
Recordando esos tiempos imagino
al tío José y su pala,
con todos sus defectos,
que los tenía, y muchos,
ahí arriba, en el cielo,
apilando montones para niños.


Javier Martín Alonso


SUEÑO DE INFANCIA

Cuánto añoro
la inocencia  e ignorancia
de la infancia.

Cuánto añoro
los sueños perseguir,
a las estrellas sucumbir.

Cuánto anhelo
la visión sin comprensión,
ser mi guía la emoción.

Cuánto anhelo
mil mundos por descubrir,
una vida que predecir.


Sara Álvarez.














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